domingo, septiembre 24, 2006

CASIOPEA (Entrega Final)


Si tengo que contar cómo trepé a la cordillera de los Andes tardaría una eternidad; el caso es que ya la crucé y me adentré en la pampa salina con una sed gloriosa de aventuras y de agua. Agua, mucha agua; un océano azul se me abre. Qué raro que se me va haciendo este recorrido, no veo gente, no veo autos, no veo trenes ni barcos. Me aventuro a las aguas y no me ahogo, me da sed y no puedo beber. Sigo, que allá, vislumbro una isla, tal vez ahí, un descanso.

He perdido la brújula y la cuenta de cuántos días y noches han pasado. No siento las fronteras al pasarlas, salvo porque denoto un cansancio mayor cuando me encuentro atravesando una cumbre escarpada, como cuando hace unos días pasé por los Alpes o como cuando estuve en el Himalaya. A veces, me falta el aire y la fuerza, me encuentro en este viaje continuamente con el azul de las aguas, pero, por qué no puedo beber aunque la mar sea salada, no lo entiendo.
Me estoy fatigando, de tanto ver y pasar por el mundo ya se me va haciendo todo igual. Me pregunto si este viaje tenía algún sentido aparte de añorar ese edén, ese paraíso perdido al que por más que intento no consigo volver. No suena Bach ahora, si no, ese cantante que tanto te gusta, diciéndome a mi, a Casiopea, que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.
Confundo los sonidos, tengo sed, el mundo me da vueltas o es quizá porque el mundo es una esfera o lo más parecido en la gran astrometría a una bola.
Quiero seguir este viaje de la fuga y la huida pero la fuerza escasea, si cayera un poco de lluvia, no, el sol es implacable, parece que por el vidrio un efecto de lupa me quemara. Estoy agotada y entregada. Intentaría volver si pudiera, volvería a ti, a tu jardín, aunque fuera en calidad de silente, aunque fuera; no pediría ya ser parte de tu vida, tengo hasta el nombre prestado de una estrella y no me parezco a ella, pero no voy a negar que me gusta que me llamases Casiopea.
¡Cómo no me va a atenazar esta sed si estoy cruzando el Sahara! Busco a tientas la cueva de los nadadores,algún oasis, necesito agua. La sed me nubla la vista, me está enloqueciendo, me adhiero a la arena pero se escapa de mi cuerpo. Creo que voy a caer al vacío. Tengo sed. Quiero conseguir llegar al mediterráneo, quedarme allí, no quiero quedarme en este desierto. Ayúdame. Me he quedado atrapada en el ansia de este viaje, estoy atrapada en las volutas de mi cabeza, en los recovecos de mi casa. Emplearé lo que me queda para llegar al mediterráneo. Este viaje ha resultado largo, si miro hacia atrás, en lo recorrido por cada lugar brilla la estela de mi paso, de tu paso Casiopea.
Será porque de verte me acostumbré a pensar que era parecida a ti, más pequeña, pero que me amabas y que de alguna manera yo también estaba hecha a tu imagen y semejanza.
El viento se ha vuelto más fuerte, me azota y doy un giro y otro y otro y otro. No sé si es producto del ensueño, pero veo tu casa, tu jardín, el edén... me entrego al sueño. Ya mi cuerpo Casiopea no tiene agua. Sé que me voy...que me estoy consumiendo, que la agonía es lenta pero no menos dulce en el recuerdo de tu voz y tu mirada. Acúname madre caracola con tus voces de agua y viento. Y por favor, cuando tú me encuentres, pegada con lo último y más viscoso de mi entraña a este país del mediterráneo de este ahora comprendido globo terráqueo despréndeme suavemente como lo solías hacer de tus plantas y cava un hueco en el edén para que allí mi casa de caracola, mi laberinto casa redonda mire hacia tu ventana... Te pediría también que no borres la estela que esta tu Casiopea imprimió en el globo terráqueo, no borres el camino brillante que mi pasión por el viaje trazó en la locura y en la equivocación de haber creído que el mundo estaba atrás del umbral que me conducía a esa ventana. También los caracoles tenemos nuestros paraísos perdidos, ya ves, de nada nos sirve llevar a cuestas nuestra casa.


M.P. Duarte, octubre a finales 2005.
Manuel Álvarez Bravo, fotógrafo mexicano.